Eran las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985; puertas, lámparas, muebles y casas empezaron a sacudirse con intensidad; muchos edificios se derrumbaron sin piedad; adentro de ellos, muchas personas aún dormían; otras laboraban desde temprana hora y no alcanzaron a salir cuando la tierra se cimbró.

El movimiento telúrico de 8.1 grados Richter de esa mañana sorprendió a los mexicanos; muchos ayudaron, pero otros muchos perecieron; el número de muertos, heridos y daños materiales nunca se conoció; la cifra oficial, arriba de tres mil 692 fallecidos.

En apenas 120 segundos, el corazón del país, el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, cambió; nunca volverá a ser el mismo; edificios emblemáticos desaparecieron en ese momento o tras las réplicas que los hicieron caer.

Hoy, esos lugares, como los hoteles Regis, de Carlo y del Prado, así como la cafetería Superleche, siempre tan concurrida a esa hora, o el edificio Nuevo León, en el conjunto urbano Nonoalco Tlatelolco, ya no están.

Esos sitios se convirtieron en plazas de solidaridad, espacios de convivencia, o se levantaron nuevas edificaciones en recuerdo de quienes desafortunadamente se encontraban en ese lugar a las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985.

Los multifamiliares Miguel Alemán, la torre principal del Hospital Juárez, el Centro Médico Nacional, edificios, tanto habitacionales como de gobierno, escuelas, como el Conalep, y muchas otras construcciones, no aguantaron la intensidad del sismo y cayeron.

“Sentí un fuerte golpe sobre la cabeza cuando me pare para dar un tema sobre matemáticas; después, todo era oscuro; oía lamentos; lo supe cuando me sacaron de entre los escombros; habían transcurrido 36 largas horas; mi escuela, el Conalep, se había derrumbado totalmente”.

Así recuerda ese momento Francisco, quien hace 31 años tenía 20 años y estudiaba en ese centro educativo, ubicado, en ese entonces, entre las calles de Iturbide y Humbolt, en el Centro Histórico.

Mario Hernández, vigilante de la torre Coahuila de la unidad Nonoalco Tlatelolco, trae a su memoria ese día:

“Me dirigía a mi trabajo; estaba entre las estaciones Misterios y Valle Gómez del Metro cuando de repente se empezó a mover todo; los vagones también; pensé que era problema del vagón, pero cuando descendí, luego de salir por las vías, en medio de la oscuridad, me di cuenta de la magnitud del temblor”.

Muchos son los momentos de esos dos minutos que enlutaron a la Ciudad de México; “todos queríamos ayudar; todos sentimos la necesidad, lejos de la rapiña; nuestra única idea era ayudar”, resaltó.

“Queríamos rescatar a la gente; moríamos con ellos cuando no lográbamos hacerlo; la falta de latidos cuando lográbamos sacarlos nos lastimaban”, comenta Miguel Ángel García Salinas, rescatista de la Brigada Internacional Topos 19-09, que siendo muy pequeño, de 14 años, supo que su vocación era rescatar vidas.

Fuente: El Impacto