Después de 1.192 días, Brasil ha dejado de ser el epicentro de los grandes sucesos deportivos. Los Juegos Paralímpicos se clausuraron el domingo en Río de Janeiro.

En 2013, la nación fue sede de la Copa Confederaciones de fútbol y un año después albergó el Mundial. Hace un mes, realizó la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y ahora despidió los Paralímpicos, ante 45.000 espectadores reunidos en el estadio Maracaná.

La sede de estos eventos, otorgada cuando Brasil era una potencia económica en ascenso, llamó una atención sin precedente de la comunidad internacional sobre el país. Pero a medida que la situación política y económica se fue deteriorando, buena parte de esa atención se volvió indeseable.

El país se fue hundiendo en una profunda recesión. Un escándalo por miles de millones de dólares estremeció la empresa estatal Petrobras, y la presidenta Dilma Rousseff fue destituida mediante un juicio político, apenas unos días después de la clausura olímpica.

“Todo esto deja un legado mixto”, consideró Mauricio Santoro, experto en relaciones internacionales por la Universidad Estatal de Río de Janeiro, en declaraciones a The Associated Press. “Vamos a necesitar algunos años para evaluar cuál fue el impacto y el valor de estos eventos para Brasil”.

De acuerdo con cálculos conservadores, Brasil gastó unos 30.000 millones de dólares en la organización de las distintas celebraciones deportivas. Se trata de una mezcla de recursos públicos y privados que se destinaron a distintos proyectos, incluida la construcción de cuatro estadios considerados “elefantes blancos” para el Mundial, en ciudades que carecen de clubes de primera categoría.

A Río le fue un poco mejor, con la ampliación de una línea del metro. Se abrieron también rutas de autobuses y un servicio de tren ligero.

Pero buena parte de las inversiones se realizaron en el adinerado suburbio de Barra de Tijuca, no en las barriadas conocidas como “favelas”. El Parque Olímpico y la Villa de los Atletas se reconfigurarán como costosas propiedades comerciales y residenciales tras la conclusión de los Paralímpicos.

“Creo que los Olímpicos y los Paralímpicos elevaron la autoestima de Brasil”, dijo Santoro. “Ocurrieron cuando todo iba muy mal en Brasil. El solo hecho de que hayan transcurrido sin problemas serios, sin un desastre infraestructural, sin un atentado terrorista, hace que Brasil se sienta mejor consigo mismo”.

La reputación de Brasil en el exterior es otro tema. Sólo un puñado de líderes extranjeros asistió a los Juegos Olímpicos, en comparación con un centenar que viajaron a Londres cuatro años atrás.

El estado de Río de Janeiro está quebrado y entró en moratoria del pago de bonos. Algunas escuelas han debido suspender las clases y los hospitales no cuentan con personal suficiente.

Sólo un rescate de 250 millones de reales (76,5 millones de dólares), aprobado de último minuto por el gobierno federal y local salvó a los Paralímpicos de una grave falta de presupuesto. Originalmente, esos recursos debieron haberse obtenido de fuentes privadas.

“Había un sentimiento de que Brasil era un caos”, indicó Santoro. “¿Cómo podía tenerse una opinión positiva de este país?”

Los organizadores resaltaron el legado de los Juegos, pero no cumplieron una de las mayores promesas que habían hecho para obtener la sede: sanear la Bahía de Guanabara, a la que sigue vertiéndose buena parte de las aguas negras de la ciudad.

El alcalde de Río, Eduardo Paes, reconoció que la limpieza representó una “oportunidad perdida”, un hecho que el Comité Olímpico Internacional pasó por alto.

Fuente: El Nuevo Herald