La rutina se repite, a veces en varias ocasiones durante un mismo día. El galerón alberga una controlada muchedumbre eufórica, que pide su turno en la interminable cola en ambos lados del pasillo que lleva hasta el estrado. El hombre, perfectamente peinado, estira los labios y muestra sus dientes blancos una y otra vez. En muchos casos él mismo agarra la cámara para tomar la selfie con su acompañante. Lo hace siempre con la misma actitud de niño feliz. En su rostro no asoma jamás un atisbo de cansancio o hartazgo.
La última vez que conté la duración de la escena, Enrique Peña Nieto, Presidente de México, dedicó 85 minutos a este ir y venir de manos, sonrisas y selfies. Terminó como de costumbre, con un último saludo a la multitud, complacida por llevar a casa una prueba gráfica de su momento de cercanía con el máximo funcionario público de su país o, más bien, con un Presidente que le apostó desde el inicio de su carrera política a su carisma y su atractivo físico.
Antes de escribir esta columna había pensado llamarla “el buen humor presidencial”, para referirme a la molestia que ha causado en redes sociales en los últimos días las declaraciones de algunos periodistas, entre ellos Ciro Gómez Leyva, quienes tuvieron un encuentro la semana pasada con Peña Nieto y coincidieron en que le habían visto “de muy buen humor”.
Por supuesto que en el México de luto en el que vivimos, no puede uno imaginar un Presidente de buen humor, sin recordar la frase del propio Peña Nieto el 25 de abril en Guadalajara, sobre el mar humor social que la prensa reflejaba sobre sus gobernados, un cúmulo de 122 millones de almas que habitan un país donde la muerte es barata y se consigue fácil.
Esta frase del Presidente podría tener dos explicaciones numéricas. La primera, el hecho incontrovertible de que el hombre que ganó el puesto con una aceptación del 50%, haya caído en la mitad de su gobierno hasta un 30 por ciento por ciento, un mínimo histórico, como lo calificó el periódico Reforma en su encuesta publicada a principios de abril, unos días antes del enunciado sobre el mal humor de los mexicanos.
La segunda explicación son los movimientos sociales que se han multiplicado en todo el país durante su gobierno, un malestar que se asienta en gran medida en la molestia por la corrupción por acusaciones han tocado a todas las esferas del poder público, desde la compra a crédito a un contratista de gobierno de la casa en Lomas de Chapultepec de Angélica Rivera, hasta la complicidad policiaca en la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
Un reportaje de Arturo Rodríguez, reportero que cubre la fuente presidencial en la revista Proceso y escribió el libro El regreso autoritario del PRI, identifica con sitios y números el mapa de este mal humor social. Su revisión por distintas vías de transparencia ubicó hasta mayo pasado 256 conflictos sociales en todo el país; un 75% de ellos surgidos después del inicio del gobierno de Peña Nieto.
Ante este panorama sombrío en la popularidad, las revelaciones de la prensa y la paz social, la escena del Presidente tranquilo, tomándose fotos durante varias horas cada día, resulta inquietante.
El sitio en Internet de la Presidencia de la República alberga un apartado con el nombre “mi foto con el Presidente”. Allí se recoge el registro electrónico de los últimos 305 eventos en los que Peña Nieto ha participado, entre julio de 2014 y el 17 de junio de 2016. Un conteo de fotos en esta galería de celulares y sonrisas, hecho para esta columna, reveló un número impactante: 15 mil 919 fotos de eventos con selfies en un lapso de 709 días.
Me pregunto si este ejercicio es una forma que han encontrado sus asesores más cercanos para mantenerle en calma, con ese fortalecimiento a la autoestima que puede brindar la cercanía con un coro efímero de seguidores que hacen fila para aparecer en una imagen a su lado, que le sonríen y le abrazan.
Muchas veces hemos escuchado que una muestra de que los políticos mexicanos se mantienen en una dimensión vital distante de sus gobernados es que no saben cuánto cuesta un kilo de tortillas, el precio de un boleto del metro o de una colegiatura privada.
¿Puede también un aluvión de selfies nublar una visión clara del país que se gobierna? ¿Es sano mental y espiritualmente dedicar dos horas al día, mientras se ejerce el mando de una nación, a semejante ejercicio?
En promedio, Peña Nieto posó en 53 fotos de este tipo en cada evento que fue registrado en la página de Presidencia durante los últimos dos años. En los tiempos que corren para la humanidad, con la tecnología como protagonista inexorable de nuestras vidas, quizá deberíamos sumar este fenómeno inédito a la búsqueda de una explicación convincente que nos aclare por qué en México el gobierno y los gobernados sienten que viven en dos países distintos.
Por Peniley Ramírez Fernández / SinEmbargo