En las intrincadas calles de Taxco, el pasado martes 9, una tragedia teñía de luto el tranquilo barrio de Pedro Martín. Las cámaras de seguridad de la carnicería Amai capturaron la escalofriante escena: una pareja aparentemente inofensiva ocupaba el despachador mientras, en el exterior, un individuo de chamarra verde militar extraía sigilosamente un arma larga.
Sin cesar en su marcha, el enigmático hombre penetró el establecimiento, apartando a la mujer con un gesto rápido. Sin titubear, descargó su furia sobre el dueño de la carnicería, haciendo que los clientes huyeran despavoridos. El propietario yacía en el suelo, víctima de la crueldad de su agresor, quien, tras asegurar el éxito de su misión, desapareció de la vista de las cámaras, escondiendo el arma homicida.
La víctima, según relatos de un habitante de la zona que optó por mantenerse en el anonimato por motivos de seguridad, era el dueño de la carnicería, un hombre que había recibido previamente la ominosa advertencia de una organización criminal arraigada en la ciudad. La elección era clara: pagar la extorsión o enfrentar las consecuencias. Lamentablemente, optó por lo segundo, sellando su destino trágico.
En las calles de Taxco, la influencia de las organizaciones criminales se extiende como una sombra que todo lo abarca. En este tejido siniestro, el control sobre la carne se erige como una faceta tangible de su poder. Todas las carnicerías, según revela el poblador, dependen de un único proveedor: el crimen organizado. Este oscuro entramado controla desde el rastro municipal, rastreando el origen y destino de cada pieza de carne, hasta imponer cuotas extorsivas a los comerciantes.
La extorsión, lejos de ser un caso aislado, es moneda corriente en el día a día de los negocios locales. El poblador especula sobre el asesinato del propietario de la carnicería como un mensaje a otros comerciantes, una advertencia sangrienta para aquellos que se atrevan a desafiar las cuotas impuestas o a buscar proveedores al margen del control del crimen.
En Taxco, el precio de la carne, junto con otros productos básicos como pollo, pan, refrescos y cerveza, se halla bajo el férreo dominio de los criminales. La distribución y fijación de precios se convierten en un juego macabro donde las organizaciones delictivas acaparan y dictan las reglas.
Las historias de extorsión se entrelazan en un tejido de temor que envuelve a comerciantes de distintos giros. Juan, propietario de un bar en Guadalajara, se ve forzado a tolerar la presencia de un narcomenudista en su establecimiento, víctima de un grupo delictivo que le impone su presencia. El temor y la indefensión son las sombras que oscurecen la vida cotidiana de estos comerciantes, quienes, aunque consideran denunciar, se enfrentan a la ineludible realidad de no poder prescindir de sus negocios.
Mayra, artista de uñas en Tlalnepantla, experimenta la extorsión de manera peculiar. Aunque no entrega cuotas mensuales, se ve obligada a entregar la totalidad de sus ingresos diarios cuando los delincuentes hacen su “visita” periódica. La joven madre soltera, ante la disyuntiva de denunciar y arriesgarse a represalias, opta por la resignación, consciente de que los negocios prósperos son blancos tentadores para estos grupos.
Saúl, propietario de una heladería en la Ciudad de México, vive la cruda realidad del cobro de piso, viéndose obligado a entregar una parte sustancial de sus ganancias para garantizar su seguridad y la de su familia. La violencia y la falta de protección por parte de las autoridades convierten a los comerciantes en víctimas indefensas, atrapadas en un juego peligroso donde el pago se convierte en la única opción sensata.
Las consignas amenazantes de “pagar o cerrar tu changarro” resuenan en municipios como Zacatecas, Guadalupe, Fresnillo y Jerez, donde comerciantes de distintos giros enfrentan la encrucijada de abandonar sus negocios o sucumbir al yugo del cobro de piso. El miedo, la impotencia y la falta de denuncias ante las autoridades revelan un oscuro panorama donde la delincuencia dicta las reglas y los comerciantes luchan por sobrevivir en un entorno hostil.