La causa de la derrota priista en la disputa por importantes gubernaturas fue el desempeño de los gobernadores emanados de sus filas y mantenidos en el poder por el Ejecutivo, a pesar de los evidentes desmanes cometidos por ellos.

Según Enrique Ochoa Reza, mañana martes el PRI comienza un nuevo camino de apertura y autocrítica bajo su dirigencia, que no liderazgo, a todas luces impuesta desde Los Pinos. Designado en medio de muchas dudas sobre su militancia en el partido, acusado incluso de haber jugado el papel de Pedro el Apóstol al canto del gallo, negando ser miembro del PRI en su intento por integrarse como consejero del IFE y considerado por sus compañeros de partido como un inexperto de pobre currículum y débil sustento ideológico.

La más importante deficiencia del hasta la semana pasada director de la CFE es su incapacidad para aportar el ingrediente más necesario para el partido de Enrique Peña Nieto, la unidad entre las diferentes tribus que lo conforman. Los resultados de las elecciones del mes pasado pusieron al descubierto el divorcio entre los diferentes sectores o corrientes priistas y la total sordera del Presidente hacia las tendencias y problemas del instituto político que debería conservar su puesto dentro de dos años. Nadie pone en duda que la causa de la derrota priista, de manera especial en la disputa por importantes gubernaturas, fue el desempeño de los gobernadores emanados de sus filas y mantenidos en el poder por el Ejecutivo, a pesar de los evidentes desmanes cometidos por ellos. El año próximo se va a repetir el numerito, con la gubernatura del Estado de México en primerísimo lugar.

Encima de ello, los priistas no pueden hoy en día presumir de lo que han mantenido por siete decenios su capital primario: la unidad, real o ficticia, el ocultamiento de las patadas por debajo de la mesa y las alianzas en lo oscurito entre diferentes caciques y sus seguidores. Precisamente, aquello de lo que se acusa inveteradamente al PRD o todas las izquierdas o al mismísimo PAN con ambiciosos políticos en pos del liderazgo.

En este sentido, resulta alarmante —por inexacta— la afirmación del inminente jefazo del PRI de que Enrique Peña Nieto es el principal capital político de su partido, precisamente cuando la aceptación del Presidente anda por sus niveles más bajos, según afirman los encuestólogos. El discurso de aceptación de la derrota por parte de Manlio Fabio Beltrones, antecesor de Ochoa Reza, no fue lo suficientemente críptico como para ocultar el mensaje de que no fue el partido el que había sido derrotado, sino las decisiones del gobierno central aferrado a pagar favores políticos con el irrestricto apoyo hasta la ignominia de los gobernadores Duarte o Borge.

No es necesario ser agorero eficiente para pronosticar una nueva quiebra del PRI, que pudiese llevar una vez más a que un importante sector se desprenda y, allegándose políticos jóvenes llamados independientes, formar una nueva fuerza social demócrata que presente una alternativa a la cansada y empobrecida clase media mexicana, a su burocracia harta de los abusos —caso maestros— y especialmente a los jóvenes, que representan una mayoría de los electores. En esta circunstancia todo se vale: desde la ascensión de Andrés Manuel López Obrador, a quien se teme a nivel Donald Trump, hasta el triunfo de una derecha retrógrada  que ya demostró su ineficiencia y corrupción en el ejercicio del poder, pasando por el despertar de corrientes políticas de gran activismo y poder de convocatoria. La torpeza en el manejo de la crisis magisterial y la defensa blindada a no cambiar ni una coma a la Reforma Educativa solamente ha sido gasolina para una hoguera que pudo haberse sofocado con inteligencia y oficio político.

Eso que, dicen los que lo conocen, Enrique Ochoa Reza no tiene.

Por Félix Cortés Camarillo