1) México votó en paz. Más allá de los resultados de las elecciones de ayer –que seguramente serán motivo de muchos litigios–, la mayoría de los presagios ominosos no se materializaron.
Pese a que las fotos de urnas incendiadas, como las de Tixtla, dieron la vuelta al mundo, las amenazas de la CNTE acabaron en brotes aislados que subrayaron la irracionalidad de una minoría de tomar como rehén a la democracia para conseguir sus fines.
No se dio el rechazo generalizado a los comicios que buscaba la CNTE, ni siquiera en los cuatro estados donde tiene su mayor presencia. Ni tampoco mostró esa capacidad de generar un caos que empañara las elecciones.
La intervención de las fuerzas de seguridad fue disuasiva para garantizar la votación. Eso muestra la utilidad del Ejército y de la Marina, principalmente, para imponer el orden.
Afortunadamente, las condiciones climáticas tampoco hicieron honor a los pronósticos. El huracán Blanca se desvaneció tanto o más que el torbellino de inconformidad del magisterio.
2) La capacidad técnica del INE para organizar los comicios está fuera de duda.
La enorme mayoría de las casi 149 mil casillas del país se instaló en tiempo y forma. Un puñado de los centros de votación no abrió y otro puñado fue víctima de la violencia, pero el INE nuevamente se sobrepuso al catálogo de complejidades que enfrenta cada tres años.
Más importante aún, el contingente ciudadano –superior al millón de personas– que se encarga de montar las casillas, recibir y contar los votos, volvió a integrarse.
Es a ellos a quienes hay que colgar la medalla más importante por la realización de la elección, pero no debemos dejar de reconocerle al INE la tarea de insacular y preparar a esos ciudadanos.
Pese a las dudas fundadas que hay sobre el rumbo de nuestra democracia, es necesario aquilatar que los pleitos electorales ya no sean sobre la pulcritud del listado de votantes ni el depósito de los sufragios en las urnas.
3) La gente salió a votar en un número importante, lo cual desvaneció el temor del abstencionismo propiciado por el hartazgo o el miedo a la violencia. Sufragó alrededor de 48%, cuatro puntos más que hace seis años.
El principal sentido que dio la ciudadanía a su sufragio fue el cambio. Incluso, podemos percibir un importante voto de castigo.
Faltaban resultados definitivos al momento de escribir estas líneas, pero la alternancia en la gubernatura se dibujaba en Nuevo León, Michoacán, Guerrero y Sonora, y era una posibilidad en Querétaro, San Luis Potosí y Colima. El statu quo sólo triunfó claramente en Campeche y Baja California Sur.
La conclusión es que el voto sirve. La gente sigue pensando que puede lograr transformaciones a través del sufragio. Aún no quiere botar la democracia a la basura.
Lo que falta es que todos los discursos de “comenzar de nuevo”, que le escuchamos anoche a los candidatos del cambio, se materialicen en transformaciones y avances reales. Cada alternancia fallida va minando la confianza de la gente en las instituciones y en la democracia.
4) Habrá un antes y un después tras del triunfo de Jaime Rodríguez El Bronco. Nunca en los tiempos modernos había ganado una gubernatura un candidato sin partido.
Y se podrá decir lo que se quiera de los antecedentes priistas del próximo gobernador de Nuevo León, pero fue claro el mensaje de los electores a la partidocracia en el estado norteño: sus pleitos y sus acuerdos ya no interesan.
El resquicio que los partidos abrieron a los candidatos independientes hoy se ha convertido en un portón. No importan los obstáculos que les pongan: los independientes sólo querían estar en la boleta. Además de El Bronco en la gubernatura de Nuevo León, habrá un independiente en San Lázaro, según dijo anoche el presidente del INE.
Lo que sigue es un candidato sin partido a la Presidencia en 2018. Pascal Beltrán del Río