“Vas a ver, les vamos a mandar a El Bronco a la Ciudad de México en 2018 a gobernar el país; va a llegarles, por Reforma, en su caballo”, me dice, con orgullo, un regiomontano. Y es que en Monterrey hay una efervescente broncomanía. Su nuevo gobernador, Jaime Rodríguez, los tiene muy emocionados. Una gran mayoría está esperanzada en él y piensa que puede ser tan bueno que ya está listo para ganar la próxima carrera presidencial. ¿Será?

Yo les contesto a mis amigos regiomontanos que hay que esperar a ver qué hace El Bronco en su estado, Nuevo León. “Lo primero que tienen que hacer es cumplirle a ustedes”, les digo con la convicción de que la mejor —o la peor—  carta de presentación de Rodríguez en una eventual candidatura presidencial es la de sus resultados como gobernador de una de las entidades más importantes de la República.

Uno de los temas más transcendentales en la gobernanza de ese estado es qué hará el gobernador con la corrupción. El Bronco llegó por el hartazgo de la ciudadanía de los dos partidos tradicionales en ese estado (PRI y PAN). A ambos se les percibía igual de corruptos. Rodríguez, aprovechando este ambiente tan descompuesto, prometió un gobierno limpio y transparente pero, además, que habría consecuencias por los actos corruptos del pasado: que metería a la cárcel a todos los funcionarios públicos deshonestos de sexenios anteriores incluyendo al exgobernador Rodrigo Medina. Lo afirmó así, sin rodeos.

Pero, en una democracia, hacer campañas electorales es mucho más fácil que gobernar. De hecho, se trata de una falla estructural de este sistema político. Durante una campaña, un político, con tal de ganar el voto, puede decir lo que se le venga en gana. “Cuando yo gane, la economía crecerá al siete por ciento al año”. “Yo voy a regresar a todos los trabajadores indocumentados a sus países de origen”. “Voy a meter a la cárcel a todos los corruptos”. Son expresiones comunes y corrientes en una campaña electoral pero casi imposibles de cumplir cuando se llega al poder. Un Presidente no puede, por ejemplo, ordenar que el Producto Interno Bruto crezca a una tasa determinada como por arte de magia. Tampoco puede expulsar, de un plumazo, a millones de personas de su territorio nacional. Y, en cuanto a promesas como las de meter a la cárcel a exgobernantes, tienen un gran problema: deben armar un caso judicial sólido para cumplir lo prometido.

Vamos a suponer que el exgobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, efectivamente incurrió en actos de corrupción y enriquecimiento ilícito. Sospecho que lo hizo cuidándose para que no lo cacharan después; que realizó operaciones complejas por medio de testaferros: que no dejó huellas, pues. Es el caso, por ejemplo, de la maestra Elba Esther Gordillo que está encarcelada por delitos de lavado de dinero y defraudación fiscal, no de corrupción. Es lo que el gobierno federal le ha podido comprobar y, según testimonios de algunos juristas, ni siquiera este caso está armado con la solidez requerida para declararla culpable.

¿Encontrará el gobierno de Rodríguez las pruebas para meter a la cárcel a Medina? ¿Se atreverá a hacerlo? Ésas son las preguntas que nos hacemos sobre El Bronco. Porque, si no consuma su promesa de campaña, no sólo decepcionará a sus paisanos neoleoneses, sino también al electorado en general: se le verá como otro político demagogo más, dispuesto a decir lo que quiere escuchar la gente, pero que incumple a la hora de gobernar.

El pasado mes de junio, los neoleoneses nos dieron una lección de que es posible elegir a un candidato independiente. Tienen, hoy, todo el derecho de estar muy emocionados con su nuevo gobernador. Pero ahora viene lo bueno para El Bronco. Tiene que demostrar de qué está hecho. Si tiene la capacidad de resolver los problemas de su estado y cumplir con sus promesas de campaña. Porque, en una democracia, una cosa es hablar y otra muy diferente actuar. A Rodríguez ya le llegó el tiempo de demostrar qué tipo de político es en los hechos y no en los dichos, si es que de verdad quiere llegar a Los Pinos cabalgando por avenida Reforma en el 2018.

Por Leo Zuckermann

Twitter: @leozuckermann